Trabajadorxs de la cultura en la cuerda floja (Parte ll)


Lo que la pandemia se llevó (o trajo) 

En la primera parte de este texto nos hemos extendido en los síntomas que dividen a lxs trabajadorxs de cultura y hemos señalado los puntos de convergencia entre rubros, a lo que queremos apuntar con lo siguiente es a continuar pensando las formas que puede adoptar la unidad para la lucha. Para hacerlo, reponemos una memoria de algunos acontecimientos que tuvieron lugar en el marco de la pandemia. 

A menos de dos semanas de comenzado el ASPO (aislamiento social preventivo y obligatorio), la agrupación Monotributistas Organizadxs (de ahora en adelante “MO”), de la que algunxs trabajadorxs de la cultura hemos participado activamente, se encontraba todavía a la espera de una reunión prometida por parte del Ministerio de Trabajo, reunión que iba a producirse producto de una serie de manifestaciones llevadas a cabo en contra del brutal aumento del 51% del monotributo. 

Antes de que el Estado pudiera anunciar la convocatoria para el IFE (Ingreso Familiar de Emergencia), MO hizo público un petitorio por un Seguro de desempleo para trabajadorxs independientes que incluía la exención del pago del Monotributo durante lo que dure la emergencia sanitaria y la cobertura de salud inmediata e irrestricta de parte de las obras sociales, que fue firmado por más de 50 mil personas y elevado a las autoridades, dando que hablar en numerosas notas periodísticas. 

Una vez lanzado el IFE, esta agrupación denunció su corto alcance, sus requisitos restrictivos y su monto insuficiente. Durante el mes de Abril, varias agrupaciones hicieron suyo el reclamo. Algunas con años de construcción previos a la pandemia, otras nacientes con ella, cada una abarcando un rubro en particular del amplio espectro de la cultura: Actuemos, Musicxs organizadxs, TAP (Trabajadorxs audiovisuales precarizadxs), Asamblea de trabajadorxs de la Cultura Conurbano Sur y Asamblea de trabajadorxs de fotografía, luego de varias asambleas virtuales de cada una de estas, se congregaron en una Asamblea Nacional de Trabajadorxs de la Cultura, uniéndose en un reclamo común por un Salario de Emergencia de $30.000, la exención del pago del monotributo durante lo que dure la pandemia y el impuesto a las OTTs a través de un proyecto de Ley; reclamos llevados a cabo tanto en campañas virtuales como en manifestaciones presenciales. Es de destacar que las asambleas fueron principalmente federales, nutriéndose de voces que venían de varias provincias y compañerxs que se acercaron espontáneamente.
Curioso fue que, a medida que avanzaba la crisis, otros agrupamientos comenzaron a surgir como lo fue el Encuentro Nacional de Artistas y Trabajadorxs de la Cultura y la Red de Trabajadorxs Precarizadxs con prácticamente los mismos planteos y reivindicaciones que las asambleas anteriormente mencionadas; un poco más tarde, han ido apareciendo colectivos y agrupamientos feministas que se han empezado a cuestionar la falta de respuestas por parte de los organismos estatales. En el caso del cine, algunas que podemos mencionar son: Mujeres audiovisuales de Argentina (MUAA), Frente Audiovisual Feminista Federal (FAFF), el colectivo Acción, cuyos reclamos continuaron estando enfocados principalmente en la paridad de género en los concursos estatales para la producción cinematográfica, en apariencia sin ánimo de disputa con el gobierno de turno. Tampoco faltó la carta abierta de Actrices Argentinas que, sorpresivamente, a casi cinco meses de comenzada la crisis pandémica, se compararon con trabajadores golondrina, declaración que fue repudiada por derecha y por izquierda. Aparecieron otros tantos colectivos que produjeron y pusieron a circular un tarifario (en el caso de las artes visuales) que promueven el rechazo a todo trabajo no-remunerado, es el caso del TAV (Tarifario de Artes Visuales) iniciativa lanzada por AVAA (Artistas Visuales Autoconvocades Argentina). Paralelamente, trabajadorxs de la danza y el teatro organizadxs en distintos colectivos y produjeron una campaña en redes sociales #EmergenciaCultural, exigiendo la sanción de una Ley de Emergencia Cultural (elaborada por el diputado macrista Lipovetzky) a ser aplicada a nivel nacional, que contendría el pago de una asistencia de emergencia excepcional hasta fin de año. También han aparecido, como se había hecho costumbre durante el macrismo, cantidad de pequeñas redes destinadas a la difusión de emprendimientos y servicios producidas por quienes se quedaron sin trabajo en relación de dependencia durante la pandemia. Seguramente hay muchos más colectivos y agrupamientos que no estamos mencionando que hayan cumplido su rol, sepan disculpar las limitaciones de esta nota y sean bienvenidxs a sumar sus aportes.  

Celebramos la iniciativa de las primeras asambleas mencionadas, en las cuales hemos participado, congregandonos en la Asamblea nacional de trabajadorxs de la cultura. Sin embargo, nos preocupa la continuidad de su carácter fragmentario. Tanto en la Asamblea como en el Encuentro, hubo votaciones a favor de la unidad en la lucha con todos aquellos sectores que se organicen como precarizadxs. Pero lo votado, como las leyes, son letra muerta hasta que demuestren lo contrario en la práctica. Se pudo observar el sectarismo en la presentación de seis o siete volantes diferentes para el llamamiento de la primera marcha realizada en conjunto. Por eso algunxs hemos insistido en que más que una unidad de acción, es vital promover la unidad en la lucha: una coordinadora de trabajadorxs precarizadxs que trascienda los límites de la cultura. La iniciativa fue votada, pero nunca puesta en práctica, y las asambleas prontamente estancadas, con los grupos de whatsapp sumidos en el silencio.
Agotados los esfuerzos en la militancia por una Ley cuya estrategia y letra no fue abiertamente expuesta en las asambleas para su discusión, la organización que venía gestándose se vio detenida más o menos al mismo tiempo que se publicó la convocatoria a la Beca Sostener Cultura ll. Aunque quienes nos pronunciamos en las asambleas lo hicimos en carácter de trazar alianzas para la unidad con nuestras mejores intenciones, no podemos dejar de sospechar lo inefable: ¿Por qué, si se somete a votación una Ley que será parte de las reivindicaciones mínimas de un colectivo, no se explica detalladamente su letra? ¿Por qué no se pone sobre la mesa cuáles son los apoyos parlamentarios necesarios para la aprobación de dicha ley? Todo esto promueve la sospecha: ¿es viable la aprobación de la Ley como tal o es que estas asambleas son meros órganos del partido para captar militantes, y la ley una excusa? Tenemos aún la voluntad y la necesidad de coordinar una lucha con todxs quienes se organicen, siendo capaces de coordinar más allá de nuestras diferencias políticas, una lucha unificada por la conquista de nuestros derechos como trabajadorxs. Para semejante tarea se requiere además de voluntad, honestidad política. 

¿Qué sería una coordinadora de trabajadorxs precarizadxs?

La propuesta de una coordinadora de trabajadorxs precarizadxs tuvo (tiene, en tanto haya lugar para plantearla) el fin de acabar de una vez por todas con la separación entre “artistas” y trabajadores, capitalizando el desfavorable contexto que nos empuja a reconocernos más que nunca como trabajadorxs precarizadxs. A corto plazo, el objetivo de una coordinadora tendría como fin unificar a todas las organizaciones (nuevas o viejas, de toda corriente política) en un reclamo único por los $30.000 como salario de emergencia (o la consigna principal que se presente como urgente en el futuro), al mismo tiempo que sumar cada vez más compañerxs a la organización general y a las filas de cada sector en particular, entendiendo que la fuerza para golpear está en nuestro número. 

A largo plazo, la creación de una coordinadora implicaría darse la tarea de discutir cuál es la mejor manera de llevar a cabo la organización sindical de todxs lxs trabajadorxs precarizadxs, entendiendo que los Sindicatos que hoy existen han quedado obsoletos, restringiendo su escueta participación a lxs trabajadorxs registrados. Parafraseando el viejo proverbio comunista, la organización de lxs trabajadorxs sólo puede ser obra de lxs trabajadorxs mismxs. Las bases de un potencial sindicato paralelo que reúna a todos los oficios de la cultura tiene que ser pensado, diseñado, debatido y organizado por nosotrxs. 

Nunca está de más recordar que quienes están del otro lado del mostrador son menos en cantidad, pero tienen el poder de poseer las condiciones materiales que nos mantienen divididxs. No se trata de un juego de buenos y malos, mantenernos des-unidos, en la marginalidad de todo convenio y trabajando gratuitamente o por chirolas es la manera que tienen los dueños del capital de asegurarse el crecimiento continuo de sus ganancias a costas de nuestra creciente miseria. Por eso decimos: lo que la patronal desune, la organización tiene que unirlo. Mientras no nos demos esta instancia, seremos cada vez más quienes pasemos a las filas de los bolsones de comida, resignadxs a que no se puede hacer nada o a la espera de que lo hagan otrxs. 

Trabajadorxs de la cultura en la cuerda floja (Parte l)

Este texto fue escrito por una compañera que participó en distintas asambleas virtuales de trabajadorxs de la cultura que hubo hasta ahora durante la pandemia del COVID-19. No lleva firma para preservar su identidad.

La pandemia desnudó las desfavorables condiciones de explotación en las que la clase trabajadora se encontraba desde hace varios años. A seis meses del inicio de la cuarentena, la situación no hace más que agravarse. Esto se ve reflejado en la cantidad de personas que se han postulado para los distintos planes de ayuda económica lanzadas por el Estado, desde el IFE hasta la Beca Sostener Cultura, en muchísimos casos siendo desestimadxs sin justificaciones de peso. Pero también la urgencia se vio en la amplia participación que tuvieron las asambleas, campañas y manifestaciones que buscaron dar cuenta la urgencia que vive el sector de la cultura en general. Pretendemos esbozar acá algunos apuntes para dar cuenta de las discusiones que tuvieron lugar en los últimos meses en el seno de dichas instancias, al mismo tiempo que plantear puntos de partida para continuar organizándonos como trabajadorxs precarizadxs. 

La figura de la precarización 

Hay tres ejes centrales que dificultan la organización de nuestro sector: la amplia diversidad en modalidades de contratación, las variadas formas de trabajo que existen y las vinculaciones subjetivas y de clase que trabajan en su seno. Comencemos por la primera. 

Compañerxs de diferentes rubros de la cultura hemos hecho un punteo básico de las características que compartimos, sobre las cuales erige sus pilares el gran paraguas de la precarización: 

Nuestros trabajos son casi siempre temporales. A veces existe un contrato, muchas otras no hay nada que firmar. En la mayoría de los casos nos piden factura, para lo cual tenemos que devenir monotributistas: pagar un impuesto fijo de manera permanente a cambio de trabajos esporádicos sin garantías legales; esto es, al margen de la Ley de Contrato de Trabajo y de los Convenios Colectivos de Trabajo. 

Se puede creer, por un momento, que quienes trabajamos freelance somos dueños de cierta libertad. Pero la realidad es que permanecemos marginales a cualquier marco de derechos laborales: el tiempo de nuestra jornada es ilimitado, nuestros honorarios son calculados de manera arbitraria -lejos de toda tabla de aranceles orientativos-, las fechas de pago dudosas, carecemos de cobertura de salud efectiva y licencias por enfermedad o embarazo. Y, por supuesto, sin aguinaldo ni vacaciones: lo que en otro tiempo fueron conquistas de la lucha obrera, hoy busca constituirse como privilegio. 

A esta situación de inestabilidad financiera permanente en la vida de lxs trabajadorxs precarizadxs, se suma el uso de nuestras herramientas, principalmente tecnología que debemos usar para ejecutar nuestro trabajo; herramientas que nuestros empleadores se ahorran. 

En tiempos como los que corren, algunxs nos dimos de baja del monotributo y volvimos a la vieja y conocida informalidad. A esta altura, darnos de baja y de alta es una gimnasia a la que estamos acostumbradxs. 

Hasta este punto, podemos decir que todas estas características son compartidas dentro y fuera del gran paraguas de la cultura, se trata de la precarización que sufre una enorme masa de trabajadorxs específicamente desde el menemismo a esta parte. Acaso no se trate de oponer trabajo eventual a trabajo fijo, sino a identificar de manera colectiva los mecanismos que producen nuestra condición precaria y cuáles deben ser nuestras reivindicaciones para transformarlas. 

Eso que llaman creatividad es trabajo no pago 

Lxs trabajadorxs de la cultura habitualmente repartimos nuestro tiempo entre producciones autónomas o independientes y una serie de trabajos más o menos fijos. Las primeras son obras de teatro ensayadas en las noches, películas filmadas con el apoyo de lxs amigxs, obras visuales llevadas a cabo con persistencia en solitario y en el mejor de los casos estrenadas en salas alternativas, exhibidas en circuitos independientes con entrada a la gorra, lanzados a los confines de internet o, en el caso de los objetos o artesanías, exhibidos o vendidos en ferias y eventos. Todo a cuanto nos lanzamos por genuino entusiasmo, aquello que permanece en los orígenes de las prácticas artísticas más allá de su institucionalización. El asunto es que mucho de lo producido en condiciones autogestivas va a parar a salas, pantallas y espacios del Estado. Sin estadística pero con experiencia en la materia podemos afirmar que estos son productos que se producen con una enorme fuerza autogestiva y, ocasionalmente, con el empujón de becas otorgadas por el Estado o por organismos internacionales. La aspiración a exhibir una obra producida a pulmón en espacios como estos no es en vano: en muchos casos se compite por un premio en dinero, y además estos escenarios constituyen oportunidades para la circulación internacional de la obra, por ende nuevas oportunidades laborales para la producción de obra futura. Sin embargo, como señala Mariano Llinás en esta nota, con la exhibición de estas obras el Estado gana un capital simbólico inmenso, y sus trabajadorxs acaso solo ganen la posibilidad de seguir tratando de venderse a sí mismxs. 

          Nuestros esfuerzos son celebrados y compartidos por amigxs y colegas que hasta generan plataformas para difundir nuestros precarios emprendimientos. Esa percepción puede convertirse peligrosamente en una noción emprendedurista de la vida, en donde como trabajadorxs adoptamos la consciencia de los patrones. Continuar haciendo gala del carácter emprendedor es utilizar los términos del enemigo. En todo caso, lo que este retrato de la autogestión busca expresar a los fines de la lucha, es que sólo lxs trabajadorxs sabemos manejar los medios de producción, cuyos dueños son siempre ajenos. Por este motivo, es vital continuar señalando que somos trabajadorxs, no somos emprendedores. Aunque vivamos por momentos de la autogestión, seguimos viviendo bajo un sistema capitalista en donde el Estado es el primero en avalar las formas de la explotación a las que estamos sometidxs. Consideramos que hay que exigir al Estado que tome cartas en el asunto, pero al mismo tiempo sabemos que las respuestas nunca serán efectivas, cuanto menos suficientes. Exigir respuestas al Estado sin perder la independencia del sector cultural sea tal vez la estrategia para hacerle frente a nuestra situación. Esto es algo que puede escribirse a modo de hipótesis, pero para llevarlo a la práctica es preciso organizarnos colectivamente. 

Por otro lado, esa serie de trabajos más o menos fijos tanto para privados como para el Estado suelen ser la docencia, la coordinación, gestión, programación de toda clase de actividades y eventos para los cuales algo de nuestro oficio aparentemente es útil, un capital intelectual que los mercaderes de la cultura adquieren a un precio muy bajo. La diversidad de trabajos y modos de contratación son inabarcables, y es habitual que una sola persona pase por muchos de ellos. Es habitual también, que se nos exija facturar. Es decir, pagar un impuesto al trabajo a cambio de sueldos decididos arbitrariamente y nulos derechos laborales. Eso que en muchos lugares se acepta tal cual es, como precarización laboral, en el mundo de la Cooltura se disfraza de Copado, cuando no de “el privilegio de trabajar de lo que te gusta”. “Ponerse la camiseta” y “ser parte de” son las expresiones habituales para convencernos de ello para esconder nuestra condición: nos quieren hacer pasar por socixs, pero somos mano de obra barata. Es preciso nombrar lo que nadie dice: todas estas características son compartidas por trabajadorxs de la cultura y por trabajadorxs a secas. “¿Para qué vivir tan separados?” dice una canción que sabemos todxs. 

A fin de cuentas, el freelanceo que por momentos puede verse como una libertad de movimiento, es un instrumento promovido por las patronales y el Estado para que nos creamos libres, cuando en realidad de lo único que es libre el freelancer es de morirse de hambre si deja de pedalear.

El arte de vivir del arte


Para ir aún más a fondo en el problema, tenemos que indagar en cómo estas nociones calan hondo reforzando las estructuras sociales que dificultan nuestra organización. Podríamos dividir las subjetividades que habitan la cultura inicialmente en tres grupos:
Quienes viven de herencias y pueden dedicarse al arte sin pretensiones económicas, quienes tienen un trabajo registrado en el ámbito estatal o privado que nada tiene que ver con el arte, y por ende pueden dedicarse a él en su tiempo libre; y quienes, seducidos por el fervor mitológico de la creatividad, se tiran a las aguas de la cultura sin salvavidas e intentan chapotear. A veces las corrientes de ese mar se llevan a lxs aspirantes agotadxs y violentadxs a otros puertos muy lejanos, se podría decir que quienes permanecemos todavía en ellas vamos aprendiendo a nadar y en el mejor de los casos encontramos una estabilidad precaria, que con la menor sudestada se viene a pique. Esa sudestada hoy vendría a ser la pandemia del coronavirus, cuya especificidad ampliamos más adelante. 

Sobre el primer grupo hay poco que hacer: difícilmente rechacen su condición de clase y se unan a las filas de lxs trabajadorxs. En todo caso, es una discusión en la que esta nota no ampliará. Lo que nos interesa es señalar que muchas veces son ellxs quienes escalan más rápido aventajados por contactos y tiempo libre, tiempo que muchas veces dedican a trabajar de manera gratuita para quienes deberían contratarnos a quienes no contamos con dicha herencia. Es decir, la mayoría. Como toda esa cadena suele construir el “amiguismo” del arte, luego esas personas ocupan cargos de poder para los cuales contratarán remunerada o gratuitamente a otras personas de su misma clase social, que seguirán el programa, perpetuando la marginalidad de quienes no contamos con sus condiciones sociales y económicas. En definitiva, abonando el elitismo del que la cultura está hecho. 

Sobre el segundo y el tercer grupo, la situación es más compleja y enrevesada. Vamos a tratar de exponerla suscintamente. 

La caduca denominación de Artista, a la cual se aspira en todas sus variables, esconde su condición de trabajadorx. Si lx artista comparte todas las características previamente mencionadas para describir la figura del precarizadx, si no es dueñx de nada, más que de su fuerza de trabajo (y algún que otro equipo que le permita ejercerlo) ¿por qué se resiste a identificarse como tal? Será que las instituciones en las cuales circula o se exhibe su arte, esconden las relaciones de explotación. Vale más parecer que ser. 

Parece que para devenir Artista, hay que “ganarse el derecho de piso” en voluntariados (trabajo no remunerado presente en casi todo festival producido con fondos estatales), enmarcado legalmente dentro de la categoría de “meritorio” (realizando las mismas tareas que otrxs en una producción pero con distinto salario) o trabajar gratuitamente para producciones para “ganar experiencia”. O, si ya se tiene más años de experiencia, sencillamente porque “suma para el cv” o “te pueden volver a llamar”. Por supuesto, excluimos de estos supuestos el trabajo artesanal que unx realiza con amigxs de manera cooperativa. 

Finalmente, lo que prima es la aspiración individual de convertirse en alguien o ser parte de algo, y trabajar gratuitamente es parte del asunto. Pareciera ser que en el mundo de la cultura, esa identidad artística tiene su propio peso. Lo que buscamos señalar es que quienes se benefician constantemente de nuestra aspiración artística son nuestros explotadores. El primer paso para organizarnos como trabajadorxs debería ser abandonar el binomio artista-trabajadorx y volver a poner en el centro de la escena lo que siempre estuvo ahí: en una sociedad dividida en clases, de un lado nos encontramos los explotadxs y oprimidxs, del otro, los explotadores y opresores. 

Inevitablemente, esta crisis se presenta como una oportunidad para echar luz sobre esto: esa enorme diversidad que caracteriza al sector cultural se difumina cuando nuestras condiciones materiales comienzan a perecer. De pronto, la protagonista de una importante cartelera se ve en la misma fila para el bolsón de comida que la actriz amateur. Así lo expresa Spregelburg en esta nota, a propósito de su rol como jurado para las Becas Sostener Cultura. Así es la crueldad estructural del sistema capitalista del que la esfera cultural es parte: Laboralmente se puede tener la ilusión de que se “crece”, poco a poco unx empieza a hacer “contactos”, es llamado y recomendado para variados trabajos, su desempeño o su obra son admirados, comentados y hasta premiados, ¡a veces hasta se viaja o se cobra en moneda extranjera! Pero tarde o temprano el hechizo se rompe, la realidad material se impone y nos encuentra dispersxs, desarmadxs.

Falsa continuidad laboral y otros ejemplos de precarización estatal 

A comienzos del ASPO (Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio), el Fondo Nacional de las Artes realizó una encuesta a lxs trabajadorxs de la cultura cuyos resultados arrojan la escalofriante magnitud de la precarización, que precede a la pandemia. De allí se deduce que 9 de cada 10 personas no tienen ingresos estables, y que el 50% tiene que buscar ingresos alternativos durante todos los meses del año, independientemente de la situación de la pandemia. (informe completo en PDF aquí)

A raíz del ASPO, la precarización extendida desde el Estado se hizo notar especialmente. ¿De qué estamos hablando?
-Existen cantidad de contratos “de palabra” para quienes trabajamos en eventos culturales tanto de Ciudad como de Nación: el hecho de que nos contraten cada año de nuevo para un trabajo temporal depende de la buena voluntad de la gestión (o la continuidad de la partida presupuestaria para dicho evento). Esa suerte de falsa continuidad se vio absolutamente quebrada con los cambios que introdujo la digitalización vía streaming de los contenidos. No hay respuestas ni resarcimientos, pero tampoco vías de protesta: somos pocxs, estamos esparcidxs y hemos asumido que tener esos trabajitos son “una suerte”, cuando no un privilegio. 

-Las iniciativas estatales que se jactan de tener un carácter inclusivo tienen largo aliento en su práctica precarizadora, un ejemplo es el Programa Adolescencia gestionado por Cultura del Gobierno de la Ciudad, que se vió directamente suspendido por motivo de la pandemia de manera anual y sin ningún tipo de resarcimiento para lxs más de 1000 trabajadorxs que ejercían su labor de manera anual, sin contrato, y obligadxs a facturar (docentes, operadores, gestores) y sin noticias de la beca mensual que reciben más de 9000 adolescentes en situación de vulnerabilidad de toda la ciudad. 

Estos puntos se reflejan en los números arrojados por la encuesta del FNA, en donde se refleja que el 38% de lxs trabajadorxs de cultura encuestadxs sufrieron la cancelación de actividades y el 31% declara que sus ingresos se vieron disminuídos. El 29% no está en condiciones de pagar alquiler y servicios. 

-Otra descripción gráfica puede verse en la cantidad de pedidos desesperados volcados en los formularios de las Becas Sostener Cultura l y ll, en donde lxs trabajadorxs tuvimos que describir el modo en el cual la debacle económica nos impacta y demostrar nulidad de ingresos durante la pandemia para quedar seleccionados, como si pagar un alquiler pero percibir menos de 10 mil pesos mensuales por algún trabajo ocasional fuera posible.

Además, dichas becas, otorgadas por el Fondo Nacional de las Artes, implica proponer la creación de una obra o el dictado de un taller. Una paradoja para quienes han visto absolutamente mermados sus ingresos durante un período de 6 meses, que usarán ese dinero para comprar alimento o pagar servicios. 

Acaso haya que resaltar lo que parecía evidente. La idea de que la cultura es una mera actividad ociosa y el arte una expresión libre, separada del vil mundo del mercado, es falsa desde hace mucho tiempo. Hoy en día el mundo de la cultura está inserto en un mercado que se mueve en términos de oferta y demanda, la materia humana que lo mueve es siempre descartable. No es una cuestión moral, así es como funciona el capitalismo. Más allá del arte como actividad de y por la belleza, quienes tenemos un oficio artístico y no contamos con nada más que nuestra fuerza de trabajo, somos empujadxs a formar parte de ese mercado. El punto es, ¿a qué costo? El concepto de “privilegio” puesto en boca de quienes nos explotan habitualmente se expresa a través proclamas como “ponerse la camiseta”, “armar colectivamente”, “ser parte de” para esconder las condiciones laborales de miseria a las que nos someten. Hacernos creer que trabajamos por una causa mayor, llámese arte o militancia, es su arma más efectiva. Y si no funciona, nos lo señalan: “hay muchos que quisieran estar en tu lugar”. Es cierto, asistimos a un tiempo de crisis aguda en donde hay un tendal de trabajadorxs rogando un empleo, en las condiciones que sea. Nuestras conductas individuales pueden ocasionar pequeñas modificaciones, pero lo más probable es que, en la cuerda floja de la precarización, perdamos el equilibrio y caigamos de bruces al piso, echadxs o rechazadxs al menor pronunciamiento. En el mejor de los casos, se puede llegar a agrandar la jaula sin quebrar los barrotes. De ahí, la necesidad de la organización coordinada de todos los sectores de la cultura.