La lucha de clases en el cine #1

El cine, desde sus orígenes, ha ofrecido una variedad de representaciones de la clase obrera. La salida de los obreros de la fábrica, una de las primeras películas de los hermanos Lumière puede ser vista hoy como antecedente del cine industrial hecho en el temprano Hollywood: la vida, en las películas de ficción, comienza cuando los obreros y obreras salen de la fábrica. Nada acerca de la explotación humana que acontece al interior de los espacios de trabajo, más que sus efectos subjetivos. Así, en muchos casos, la violencia o el alcoholismo de ciertos personajes se encuentra convenientemente ligado a los epítetos descalificativos como “anarquista” o “comunista”, agitadores del “sucio trapo rojo”, agentes del caos que alteran el orden conservador. Pero a su vez, a lo largo de toda la historia del cine, no han cesado de producirse películas reivindicativas de la lucha de clases. Ficción, documental, pero también formatos híbridos que diluyen las fronteras entre uno y otro, construyendo una memoria audiovisual de carácter socialista o acompañando los embates luchas puntuales. ¿Cómo es un cine de izquierda? ¿De qué formas las películas hacen eco de la lucha de clases? ¿Qué efectos tuvieron o pueden tener en el público? 

La intención final de esta sección es acercarles aquellas películas que valoramos por su carácter reivindicativo, útiles para el debate y la memoria histórica de las izquierdas. Además, en la medida de lo posible, dejaremos siempre los links para que la puedan ver online o descargar gratuitamente.

Inauguramos esta sección con Harlan County, USA dirigida por la cineasta norteamericana Barbara Kopple, estrenada en 1976 y ganadora del Óscar al mejor documental de ese año. 

Durante su juventud como estudiante de psicología, Kopple se involucra políticamente en las protestas contra la Guerra de Vietnam. Un año más tarde, mientras estudia Artes Visuales en Nueva York, conoce a los hermanos Maysles, pioneros de la corriente del cine directo* en su país. Estos cineastas incluyen a la joven Kopple en su equipo técnico como asistente de dirección, abriéndole así las puertas al mundo del cine documental, en el cual no abundaban mujeres y mucho menos un trato igualitario. 

En 1972 Kopple funda su propia productora y comienza a filmar la organización de la MFD (Miners for Democracy), que había iniciado recientemente su campaña electoral. Pero a medida que las presiones patronales aumentan, también crece la organización de los trabajadores. Kopple y su pequeño equipo (un camarógrafo y un sonidista) entrevistan a ex-mineros, esposas, viudas e hijas: todos sufren de terribles enfermedades pulmonares a raíz de los años pasados bajo tierra, trabajando en pésimas condiciones de salubridad. Pero en medio del rodaje, ocurre lo inesperado: los mineros deciden ir a la huelga por el reconocimiento del sindicato. Este hecho se convierte en la columna vertebral de la película.

Los trabajadores montan un campamento en la entrada de la mina. Allí se instala también el equipo de rodaje, firme junto a los trabajadores. No saben que la huelga acabará durando casi un año, y deberán realizar todo tipo de peripecias para conseguir película virgen para continuar filmando. Pero Kopple en tanto mujer no está sola: la participación de las mujeres es la piedra angular de la resistencia. Cuando se dan cuenta de que esto irá para largo, las más conscientes organizan a todas, salen a convocar a la comunidad para recibir apoyo y les ponen los puntos a los hombres. Kopple filma acaloradas discusiones en las asambleas, en donde una de las mujeres más activa acusa a quienes no se presentaron en los piquetes, resaltando la importancia de la unidad y el número en la lucha. 

No se hacen esperar los matones armados y los carneros, que amedrentan a lxs trabajadorxs y esconden cobardemente sus armas frente a la cámara, amenazando a su vez al equipo de rodaje. La cámara, entonces, supera el lugar testimonial para intervenir activamente en el conflicto. Algunos huelguistas afirman que de no haber estado ahí, hubiera corrido aún más sangre. Sorprende esta escena por el actual rol que cumplen los medios de comunicación alternativos en los conflictos que, aún hoy, continúan siendo amedrentados por las fuerzas represivas para eliminar muchas veces las pruebas de la violencia por ellos ejercida. 

También es gracias al montaje que la película supera su condición testimonial para mostrar la continuidad histórica de la lucha minera.

Dos elementos claves dan lugar a esto: las canciones de protesta que entonan mujeres y mineros hilan las escenas trayéndonos el eco de luchas pasadas. Sobre imágenes del ‘68, se oye “78 mineros murieron a causa de una explosión en otra mina de Virginia”. La canción continúa sobre imágenes de la huelga actual, acercando esas dos generaciones de obreros en lucha. Hacia el final de la película una guitarra country acompaña el triunfo obrero y la vuelta de lxs trabajadorxs a la mina: “Unidos vencemos, divididos caemos. Por cada centavo que nos dan, tenemos una batalla que luchar. (…) ¡No podrán vencernos nunca!” señalando simbólicamente hacia el futuro.


El segundo elemento es el uso de material de archivo. En los primeros minutos de la película, sirviéndose del relato de un minero jubilado, Kopple confronta la imagen de la presencia policial de los años ‘50 con las amenazantes patrullas que se acercan al acampe en el presente. Sirviéndose del montaje, nos propone una continuidad histórica de la violencia y a la vez una respuesta, en palabras del entrevistado: los mineros se dieron cuenta de que tenían que responder con organización y lucha. 

Más allá de que los acontecimientos y las canciones son un dato de la realidad, la película de Kopple es un firme postulado ético y estético. Es a través de su mirada que podemos ver la lucha desde un punto de vista materialista y feminista, que liga los acontecimientos en términos históricos y resalta la centralidad de las mujeres trabajadoras. Así, Harlan County nos acerca una memoria viva, imágenes portadoras de un grito por la emancipación. 

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